Día internacional de la lucha campesina: globalizando la lucha,
globalizando la esperanza
Pablo Barbetta*
Diego Domínguez*
Pablo Sabatino**
Cada 17 de abril se conmemora “el
día Internacional de la Lucha Campesina”. Se recuerda un episodio ocurrido en
1996: la masacre de campesinos en El Dorado Dos Carajas, Pará, Brasil. La Vía
Campesina, una alianza internacional de organizaciones campesinas, indígenas,
pescadores artesanales y de trabajadores rurales, ha transformado este día en
una oportunidad para reivindicar un conjunto de consignas que remiten a un
proyecto de sociedad basado en una agricultura agroecológica, un acceso
equitativo de la tierra urbana y rural, el cuidado de los bienes naturales
(mares, ríos, bosques, etc) y que garantice el derecho de los pueblos a definir
el qué y el cómo de la producción, procesamiento y distribución de alimentos.
También puede interpretarse que el día de la lucha campesina es una forma de no
olvidar que la violencia rural en Latinoamérica y en el mundo ha sido un modo
recurrente de desmantelar los intentos de reforma agraria, soberanía
alimentaria, y justicia ambiental.
Este año la Vía Campesina hace su
llamado a “Defender la Tierra, la vida y el alimento sano. 20 años de memoria
y resistencia”, a la vez que denuncia que “(…) la sangre de las campesinas
y campesinos sigue derramándose. Pero nuestra resistencia ahora es más fuerte
que nunca”, en referencia a los asesinatos ocurridos en lo que va del 2016,
particularmente el de una importante dirigente de Honduras, Berta Cáceres.
En Argentina, dichas demandas son
enarboladas e implementadas por un conjunto de organizaciones agrupadas a nivel
nacional en el Movimiento Nacional Campesino e Indígena, la Asamblea Campesino
e Indígena del Norte y el Frente Nacional Campesino, entre otras. Marcan el
mayor cuestionamiento al modelo de los agronegocios por su carácter
concentrador, excluyente y con fuertes impactos negativos sobre la salud humana
y el ambiente. La creciente violencia rural sin ser novedosa en la historia
argentina, ha significado también la respuesta más brutal a estos
cuestionamientos, por parte de sectores identificados con los agronegocios.
Desde el giro agroexportador de
la década de 1990, se han multiplicado los casos de asesinatos y muertes de
campesinos e indígenas involucrados en disputas por tierras en las zonas donde
más intensa es la ampliación de la frontera agraria empresarial para la siembra
de commodities (paradigmáticamente la soja transgénica que
casualmente cumple veinte años). Habría que recordar desde los asesinatos del
dirigente campesino Juan Sendra en Chaco (1995), y de los ancianos mapuches de
Lago Puelo (1997), o de las quinteras del Parque Pereyra Iraola (1999), hasta
los más notorios casos de Javier Chocobar de la comunidad Diaguita de Tucumán
(2009), o Cristian Ferreyra (2011) y Miguel Galván (2012) del Movimiento
Campesino de Santiago del Estero (MOCASE-VC). Pero son muchos más, en su
mayoría casos en los cuales no hay responsables detenidos. Algunos han sido
breve noticia (el niñito santiagueño Mario Ezequiel Gerez o el joven guaraní
Fabian Pereyra, o Roberto Lopez,Juan Daniel Asijak
y Celestina Jara con su nieta, todos de la comunidad La Primavera de Formosa),
otros siquiera se reconoce que hayan sido asesinados, siendo sus muertes
confusos episodios de accidentes de tránsito como Martires Lopez en Chaco
(2011).
Habría tal vez en este 17 de
abril de 2016, hacer un acto de memoria recordando también que en Argentina la
lucha por la tierra se ha cobrado víctimas que permanecen anónimas como los
pueblos originarios y las poblaciones criollas, o son lentamente olvidadas como
los pioneros del “Grito de Alcorta” (1912) asesinados por sicarios de los
terratenientes pampeanos, o los desaparecidos de las Ligas Agrarias del
noroeste después del golpe de Estado
de 1976.
*Docentes de la Cátedra de Sociología Rural
(Giarracca) FSOC-UBA, Investigadores CONICET
**Miembro del Grupo Ecología Política Comunidades y
Derechos (GEPCYD) –Instituto de Investigaciones Gino Germani (FSOC-UBA)